El cine es como una ventana desde la que poder observar otros lugares y vivir otros tiempos. Así, desde las películas nos podemos trasladar a países o ciudades que nunca hemos visitado y sentir que formamos parte de las historias que allí suceden.
Y es que, si nos queremos trasladar a Argentina, a Buenos Aires, podemos recurrir a los relatos costumbristas de Juan José Campanella que reflejan de manera magistral la cotidianidad excepcional de las vidas comunes de sus personajes en películas como El mismo amor, la misma lluvia (1999) o El hijo de la novia (2001).
El hijo de la novia es una película nostálgica de principio a fin, cargada de buenos sentimientos, que nos cuenta varias pequeñas historias con un epicentro común, Rafael Belvedere, el protagonista, interpretado por Ricardo Darín de una manera soberbia. Vive sumido en una profunda nostalgia de los momentos felices que recuerda de su infancia, para lidiar con su condición de padre ausente tras divorciarse, con el compromiso que le exige su joven pareja y que no quiere asumir, con su indolencia con las amistades de toda la vida y con la dura realidad del Alzheimer que sufre Norma, su madre (Norma Aleandro), y que le hace añorar más aún esos años felices que ya no volverán.
Rafael encuentra refugio y ayuda en la figura de su padre Nino Belvedere (Héctor Alterio), inmigrante italiano que llegó a Argentina y fundó un restaurante que ahora regenta Rafael y que mantiene pura su esencia italiana en sus recetas y en los momentos y en la historia allí vivida entre Nino y Norma. Historia que antes de que la enfermedad de Norma la olvide para siempre, quiere que tenga un último momento inolvidable para ella. Para todos. Nino le pide a Rafael ayuda para realizar el único gusto que su padre nunca le dio a su madre: contraer matrimonio por la Iglesia.
Con todo esto, además de luchar contra los fantasmas de su niñez, no repetir los errores de su juventud y negar que está en plena madurez, Rafael se refugia en un restaurante que no da los resultados económicos que debería, lo que le supone una lucha externa diaria para atrasar pagos con acreedores y proveedores, e interna para reducir costes, en detrimento de la calidad de sus platos, con la oposición de su personal de cocina.
Y es aquí donde aparece el auténtico robaplanos de la película. Otro personaje principal inanimado, como también lo es el restaurante. Me estoy refiriendo al Tiramisú de Norma. Aunque se plantea al inicio de la película la necesidad de hacer la receta sin queso mascarpone, cualquier sustituto del mismo convierte al tiramisú en “una reverenda cagada”. Rafael argumenta que “el mascarpone es prohibitivo”, pero se rinde a la evidencia de que sin esa variedad de queso, no es el tiramisú de su madre.
Y es que como buena película nostálgica con orígenes italianos, la comida en general, y el tiramisú en particular, representa los valores del respeto por la tradición y la excelencia del buen comer. A lo largo de la película asistimos a intensos momentos de vínculos familiares en una mesa compartiendo comida. Sin ir más lejos Nino le pide a Rafael que le ayude a casarse con Norma dando buena cuenta de este postre, irrenunciable finalmente en su receta original.
Norma preparaba su tiramisú elaborando una crema de queso a base de mascarpone, nata, yemas de huevo y azúcar, con una base de bizcocho tradicional hecho con huevos, harina, azúcar y maicena, empapado en café con mucho cuerpo y terminado con cacao en polvo espolvoreado por encima. Es un postre que combina una potente mezcla de sobres y texturas y muy apreciado por los amantes del café.
Al igual que una buena película nos transporta a otros lugares y momentos, un buen tiramisú tiene el mismo carácter memorable y evocador. Así pues, al igual que El hijo de la novia nos transporta al Buenos Aires de finales del siglo XX, el tiramisú del restaurante Fellina nos evoca los mejores sabores de la cocina italiana sin salir de Madrid. Este restaurante resume su filosofía en una frase de Federico Fellini, a quien homenajean en su nombre, quien dijo que “la vida es una combinación de magia y pasta”. La magia en el tiramisú del Fellina reside en el detalle de servirlo en una auténtica cafetera moka italiana, con auténtico café espresso, manteniendo la suavidad de la crema y destacando la potencia de los sabores.
El hijo de la novia está, pues, innegablemente unida al tiramisú. Por la presencia continua en el relato durante varios momentos clave, desde el principio hasta la secuencia final de la boda. Por la relación de los personajes principales con el postre, que les sirve de nexo de unión. Porque de manera subliminal representa a Norma y a Nino y le sirve a Rafael para mantenerse a flote cuando el barco que es su vida se va a pique. Y porque un simple postre es el hilo conductor de una historia sobre la familia, la amistad y el amor, que le sucede a personajes como tú y como yo y que hace que al terminar de ver la película tengamos ganas de volver a Buenos Aires sin haber estado allí antes.
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